martes, 16 de septiembre de 2014

Querido demócrata español


Sandra Ezquerra | Público

Profesora de Sociología de la Universitat de Vic

El proceso soberanista catalán ha arrojado luz sobre una contradicción mal cabalgada por una parte importante del progresismo español. El apoyo de la izquierda, estandarte histórico de la lucha por los derechos y las libertades colectivas, a la celebración de la consulta en Catalunya ha estado en los últimos años marcado por la tibieza, e incluso no han faltado voces entre sus filas que han embestido contra ella. Las principales razones esgrimidas han sido que el proceso soberanista se encuentra desde sus inicios hegemonizado por la derecha catalana y responde de manera inequívoca a sus intereses. Siguiendo esta lógica, el gobierno de Artur Mas estaría utilizando la consulta para camuflar sus políticas antisociales, políticas muy parecidas a las impuestas por el Partido Popular desde el gobierno español, y el apoyo de ciertos sectores de la izquierda catalana al proceso soberanista estaría favoreciendo la agenda política, social y económica de las clases dominantes, yendo en contra, de esta manera, de las reivindicaciones históricas de las izquierdas.

Ante esta posición resulta necesario realizar dos consideraciones. En primer lugar, y dando momentáneamente por buena la afirmación de que el proceso catalán se encuentra liderado por la derecha, me resulta difícil comprender la debilidad del apoyo a un derecho que, como el de la audeterminación, goza de una inequívoca condición democrática. Si aceptamos, tal y como la izquierda ha hecho históricamente por lo menos sobre el papel, el axioma de que una comunidad debería tener derecho a decidir sobre su propio futuro, la única postura coherente resultante es, independientemente de quién capitanee el rumbo de dicho proceso, defender sus concreciones prácticas en contextos geográficos, políticos, históricos, culturales y económicos específicos. La Catalunya contemporánea no es, por supuesto, ninguna excepción. Sorprende la justificación de la desafección reinante entre la izquierda española hacia el proceso soberanista catalán por la supuesta hegemonía de la derecha ya que, la impulse quién la impulse, una reivindicación democrática, democrática es.

El debate, sin embargo, deviene aún más complejo. No cabe duda de que Convergència i Unió ha aprovechado la crisis económica y el descontento social resultante para reforzar sus posiciones en relación a la cuestión nacional, de la misma manera que llevan más de dos años utilizando el sentimiento soberanista de la sociedad civil catalana para desviar la atención de ésta de los profundos recortes sociales que le han sido impuestos en los últimos años y contra los que, antes del estallido soberanista de 2012, salió de forma masiva a las calles y plazas de todo el país. La crisis, a su vez, tal y como afirma Carlos Taibo, ha contribuido a generar un escenario de alejamiento y descrédito de la ciudadanía hacia las instituciones españolas, descrédito favorecido también por los escándalos de corrupción que han rodeado a la cúpula del Partido Popular y a la misma Casa Real (sin olvidar los protagonizados por aquellos que frecuentan el palco del Palau de la Música), así como por la incapacidad de la mayoría de los partidos herederos de los pactos de 1978 de dar respuestas a las crecientes exigencias democráticas y participativas desde mayo de 2011. Si bien todo ello juega sin duda a favor del gran apoyo ciudadano al proceso soberanista en Catalunya, no debería conducir a nadie a tratar dicho proceso y la derecha catalana como si fueran la misma cosa o aspiraran a caminar en la misma dirección.

Poco dice en realidad de la izquierda española su caracterización de la ciudadanía de Catalunya, y más concretamente de la izquierda catalana, como si no supiéramos quién es Artur Mas y nos estuviéramos dejando manipular de manera inocente por él y sus compadres. Ante tal despropósito y condescendencia, empieza a ser urgente que desde el oeste y el sur del Ebro se entienda que el proceso soberanista catalán, lejos de ser monolítico, se encuentra lleno de pluralidad y tensiones. No sólo no ha sido hegemonizado nunca por Convergència i Unió, sino que Artur Mas lleva dos años arrastrado por un tsunami ciudadano que en vano ha intentado hacer suyo, y su partido no ha dejado de perder apoyo social y electoral desde el año 2012 a favor de una fuerza como Esquerra Republicana de Catalunya. En el mismo período han surgido nuevos movimientos sociopolíticos con vocaciones electorales mayoritarias, como el Procés Constituent, Guanyem Barcelona o el mismo Podem, que, lejos de apostar por un seguidismo acrítico al soberanismo transversal del Govern, han sido capaces de identificar en el actual contexto una oportunidad para vincular las reivindicaciones nacionales con otras de carácter social y democrático. Las encuestas electorales muestran además que esta defensa del derecho a decidir desde las izquierdas no se limita a siglas partidistas cuando anticipan que una confluencia de todas ellas podría situarlas, en próximas convocatorias electorales, en el primer o segundo puesto de las principales instituciones catalanas.

Frente a este escenario cruzo los dedos para que la izquierda española se sitúe a la altura de las circunstancias y tenga mucho valor. Los cruzo para que tenga el coraje, en primer lugar, de autoexaminarse de manera honesta y, en lugar de rebatir las aspiraciones nacionales de sus camaradas catalanes con purismos ideológicos, se pregunte hasta qué punto no está cayendo en ese nacionalismo del que últimamente nunca se habla, el español, que, al igual que el catalán, nacionalismo es, pero, a diferencia de aquél, niega el derecho a la autodeterminación. La historia nos ha enseñado con creces que el internacionalismo mal entendido no debería ser nunca coartada de patriotismos silenciosos. Cierto es que la derecha catalana no ha sido nunca solidaria, pero tampoco lo ha sido la española. ¿Acaso no barren las dos para casa sea en forma de fronteras, de sobres y/o de bolsillos? ¿Acaso no defienden las dos a sus castas más aún de lo que defienden sus banderas?

En segundo lugar, ojalá la izquierda estatal sea capaz de diagnosticar la pluralidad política y social del soberanismo catalán y comprender, de esta manera, que las reivindicaciones nacionales permiten en estos momentos en Catalunya abrir un debate sobre el modelo de país, debate en el que la derecha se encuentra profundamente incómoda y que la izquierda aprovecha para poner sobre la mesa reivindicaciones sociales y democráticas por las que lleva años batallando. En tercer lugar, espero que la izquierda española dé apoyo a todos los espacios sociales y políticos progresistas que ahora mismo en Catalunya ven la centralidad de la cuestión nacional como una oportunidad para vincular libertades democráticas con derechos sociales y económicos; espacios que, como bien expone Jaime Pastor, parten del demos y no del etnos; buscan contribuir a la profundización del conflicto centro-periferia en aras de poner en jaque a un régimen español putrefacto y en vías de descomposición; y se empeñan en empujar en la misma dirección y con las mismas aspiraciones que los y las demócratas del resto del Estado español: deslegitimar a un gobierno español de raíces, talantes y comportamientos antidemocráticos, contribuir al inicio de una ruptura constituyente desde los márgenes y conquistar la soberanía real y plena para todo el mundo.

Es por todo ello que te pido a ti, querido demócrata español que me lees, que no nos dejéis solos. Ahora más que nunca necesitamos que seáis nuestra voz y nuestros puños levantados. Necesitamos que rompáis el monopolio que el Partido Popular y amplios sectores del Partido Socialista Obrero Español creen ostentar sobre una España unida, intolerante, sorda. Mostradles, como nosotros hacemos, las otras Españas: las Españas rebeldes, las Españas que saben escuchar, las Españas diversas, las Españas demócratas. La tensión política entre el gobierno español y amplios sectores del pueblo de Catalunya se intensifica y no cabe duda de que en las próximas semanas hará estallar más de un termómetro. Queremos votar y tenemos todo el derecho. No hay duda de que habrá muchas más probabilidades de que podamos hacerlo si rompéis vuestro silencio y, no cabe duda tampoco de que nuestro voto, nuestra rebeldía y nuestro grito harán más plausibles los vuestros. El rival es común. Nosotras y nosotros nunca lo hemos olvidado. Espero que no lo hagas tú tampoco.

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